Thursday, September 14, 2006

Ante una calavera

Ante una calavera
Hubiéramos querido verlo morirse de viejo, atormentado por la mala conciencia y tratado con más desprecio que miedo por sus conciudadanos
Por Héctor Abad Faciolince
Dicen los periódicos que el esqueleto estaba vestido con unos bluyines Versace y una camiseta Tommy Hilfiger. Por la foto de la primera página se ve que la calavera tenía un orificio de salida en el hueso temporal izquierdo. El de entrada no se ve, porque el disparo lo hizo 'Monoleche', según dice el relato, metiéndole la bala por un ojo. Tenía fracturado el hueso cúbito de un brazo. La dentadura se veía completa
pero hubo que pulverizarle un incisivo para hacer la prueba de ADN. Compararon el material genético con el de un hijo que el esqueleto, cuando bailaba, no quiso reconocer como propio durante 20 años y el resultado da una probabilidad del 99,9 por ciento de que ambas personas sean padre e hijo.
La mandíbula de esta calavera que acaba de ser desenterrada, se abría y se cerraba para llamarse a sí mismo, cuando estuvo en vida, Carlos Castaño, y fue un asesino sin hígados que escribió parte de nuestra historia con tinta de sangre y pluma de plomo. Ahora es cierto que de su hígado no queda ni el menor vestigio, porque, como dicen los forenses, de su "tejido blando" no quedó ningún rastro. Como en la historia bíblica de Caín y Abel, lo mandó a matar su propio hermano (aunque no tuvo el valor de pegarle él mismo con una quijada de burro), pero aquí convendría decir que se trata de la historia de Caín y Caín, pues uno fue un asesino y el otro sigue siéndolo.

El Estado tenía planeado perdonarle su rosario de crímenes al muerto, y planea excusarle al vivo todos los suyos, sin excluir este último fratricidio. Dicen que la propia madre no le perdona, pero el gobierno sí. Al fin, si se entrega, le darán, como mucho, ocho años sin salir, no de la cárcel, sino de una finca (de los cuales le valdrán todo el tiempo ya pasado en Ralito, y no le descontarán el que lleva sin presentarse en La Ceja). Y al final, si quiere, podrá participar en política. Es tan sucia la política aquí, que tal vez entre a ella como Pedro por su casa.
Pasándose por el bozo una sentencia de la Corte Constitucional (que se suponía era nuestra última instancia jurídica, y que le puso un límite a la impunidad) el gobierno está expidiendo un decreto para sacarle el cuerpo a lo que dijo el alto tribunal. Durante cinco días pusieron el proyecto en Internet para que los ciudadanos opináramos sobre el mismo. De los más de 40 millones de colombianos, hubo 30 que hicieron comentarios, pero al ministro Holguín le parecieron suficientes.
Si no es muy tarde y sirve de algo (pero es muy tarde y no servirá de nada), comento lo siguiente: con el mismo detalle con el que 'Monoleche' contó cómo y por qué y dónde y cuándo y por orden de quién asesinó al asesino Carlos Castaño (que en su proceso de conversión quería revelar las rutas, los sembrados, y los responsables del negocio de la cocaína), con el mismo cuidado con el que desenterraron al muerto y analizaron sus dientes y huesos, así mismo tendrían que ser las confesiones de los paramilitares y la investigación de la justicia.
Si la ley nos conduce a esta impunidad casi absoluta de los criminales (y tal vez no había otra manera de obligarlos a entregar las armas), las víctimas reclamamos que haya también una verdad casi absoluta (y digo casi porque lo absoluto no existe en este mundo). Lo hemos repetido hasta la saciedad, pero aquí se hacen los sordos: no es posible perdonar a los paramilitares, o siquiera ignorarlos o tolerarlos sueltos, si antes no se conoce la verdad. Está bien: denles estos castigos ridículos, pero al menos oblíguenlos a contar a quiénes mataron, y cómo y por orden de quién y con cuáles cómplices.
Así, como en el caso de 'Monoleche' y de Vicente Castaño, la gente podrá oír con sus propios oídos y ver con sus propios ojos ante qué clase de criminales estamos. Está bien: que anden sueltos por la calle y vayan a los centros comerciales a comprar bluyines Versace, pero que antes, al menos, digan todo lo que saben. Ni siquiera se les pide que se arrepientan. Que lo digan orgullosos, cómo y cuándo y a quiénes mataron. Pero que lo digan, y ya nosotros, los ciudadanos que todavía no vemos con agrado que la cultura mafiosa y criminal se haya tomado al país, por lo menos nosotros, esa minoría oculta y casi secreta, podremos sacar nuestras propias conclusiones y expresar íntimamente nuestro repudio y nuestro asco.
Porque el asesinato del asesino fue también un asco. No, no era esa calavera con un hueco lo que queríamos ver las víctimas de Carlos Castaño. No era eso. Hubiéramos querido verlo morirse de viejo, atormentado por la mala conciencia de sus miles de crímenes, y tratado con más desprecio que miedo por sus conciudadanos. No era esa la venganza que queríamos. No es eso lo que nos consuela, ni eso lo que nos alegra. Hubiéramos querido verlo confesando sus crímenes de toda índole (sin las sucias justificaciones que expuso en ese libro mendaz, Mi confesión), hubiéramos querido verlo morirse de viejo, pero repudiado e ignorado por una sociedad distinta a esta, porque esta parece que ya hubiera vendido su conciencia moral a los matones y a los traficantes.

Tuesday, September 05, 2006

Nuestros amigos los paras

Nuestros amigos los paras

AL ESTABLECIMIENTO POLÍTICO Y ECONÓMICO NUNCA LE HAN DISGUSTADO LOS PARAS NI POR SUS ACCIONES ARMADAS, NI POR SUS NEGOCIOS ILEGALES

Por Antonio Caballero

El fiscal Mario Iguarán está destapando cosas sucedidas hace más de veinte años y oficialmente tapadas desde entonces, como las desapariciones del Palacio de Justicia. Oficialmente tapadas, pero que todos conocíamos: las vimos en directo por la televisión, y al respecto se escribieron cientos de artículos de prensa y por lo menos una docena de libros. Cosas que todos conocíamos, pero oficialmente tapadas, deliberadamente tapadas por las autoridades para no tener que responder por ellas.
En su momento las tapó la Cámara de Representantes por iniciativa del muchas veces ministro y procurador y candidato presidencial Horacio Serpa, y las volvió a tapar con cuidado y primor la justicia penal militar, como lo recordaba en estos días un oficial retirado. De cuando en cuando brotaban flatulencias fétidas de los hechos ocultados, como vaharadas de putrefacción subterránea: las condenas administrativas del procurador Alfonso Gómez Méndez contra dos militares individualmente considerados, el llamado a indagatoria de quien entonces era presidente de la República, Belisario Betancur, que reconoció haber sabido que del Palacio incendiado habían salido vivos algunos detenidos, pero después "no se puso a averiguar más".
Está muy bien que esas cosas antiguas y enterradas empiecen a destaparse, así sea con tanta tardanza. Sería bueno que empezaran a destaparse también las que están pasando y se están tapando ahora. Algo se ha empezado a hacer con respecto a algunos excesos de los militares, y hay que reconocérselo tanto al fiscal Iguarán como al general Freddy Padilla, nuevo comandante de las Fuerzas Militares. Pero hace falta el mismo interés por revelar la verdad en lo que se refiera a los paramilitares. A los "mal llamados paramilitares" como los llama el presidente Álvaro Uribe: y la empresa de ocultamiento de la verdad empieza en esa frase. Las palabras nunca son inocentes.

Los paramilitares sí son paramilitares, llámelos como quiera el Presidente; y son además narcoparamilitares, o sea, narcos; y lo han sido desde que aparecieron, no sólo para defender de la guerrilla a los terratenientes 'tradicionales', sino para defender sus propios nuevos cultivos ilegales. El primer grupo narcoparamilitar fue el MAS, Muerte a Secuestradores, creado por los hermanos Ochoa y Pablo Escobar. Y han sido narcoparamilitares todos los hermanos Castaño de las AUC, empezando por Fidel, que así hicieron su fortuna. No son colados de última hora los negociantes del narcotráfico en la estructura política de las autodefensas, como pretenden hacernos creer fingiendo un virtuoso escándalo: son su columna vertebral. Y eso lo sabemos todos desde el principio, como supimos siempre lo de los desaparecidos del Palacio de Justicia.
Y si ahora los narcoparamilitares no están siendo castigados por ninguno de sus crímenes, políticos o económicos, ni por sus masacres ni por sus negocios ilícitos, no es sólo por el motivo obvio de que no han sido derrotados por el Estado. Sino porque son, siguen siendo como desde un principio, aliados de las fuerzas del Estado (militares y de policía), y amigos de los dueños del Estado. Amigos por sus servicios electorales, desde luego: más elocuentes si cabe que las investigaciones sobre distribución de votos uribistas publicadas por Claudia López son las palabras del jefe del Partido Conservador (uribista) y hoy ministro de Interior y de Justicia, Carlos Holguín, sobre la lógica de la política en Colombia: "No se le niega la inscripción como candidato ni al hijo de Al Capone". Pero ante todo amigos por razones de puro cariño. Al establecimiento político y económico colombiano nunca le han disgustado los paras, por el contrario. Ni por sus acciones armadas, cuyo espíritu y cuyos fines han aprobado siempre, aunque a veces les haya disgustado la rudeza excesiva de sus métodos -esas motosierras...-; ni por sus negocios legales o ilegales, en muchos de los cuales han participado o querido participar, desde la ganadería hasta el narcotráfico pasando por el chance y el chanchullo con los dineros públicos.
Fragmento de una entrevista del saliente ministro del Interior y de Justicia Sabas Pretelt, en El Tiempo del 27 de agosto:
¿Y es cierto que Salvatore Mancuso y Ernesto Báez lloraron en su despedida?. "Pues, sí". ¿Y Báez habló para despedirlo y darle la bienvenida a Holguín? "Sí, así fue".
Ya lo ven ustedes: se adoran. Así que, como Belisario, no se pondrán a averiguar más.