Wednesday, October 11, 2006

La tara latinoamericana

La tara latinoamericana

Por
Diego Fernando Gómez
Hace un par de semanas Luis Alberto Moreno, presidente del BID, invitaba a los latinoamericanos a que imitáramos al sudeste asiático. Hace cuarenta años estábamos mejor y ahora ellos están más cerca del mundo desarrollado. A nosotros nos empiezan a colocar en los estudios sobre desarrollo junto a los africanos, en un grupo de países con bajos crecimientos y niveles de desarrollo humano.
Latinoamérica empieza a ser centro de atención por cuatro décadas de estancamiento.
Noam Chomsky señala en su artículo en El Espectador esta semana: "América Latina debe enfrentar algunos de sus más graves problemas internos. La región es famosa por la rapacidad de sus clases ricas, y por su falta de responsabilidad social". Comparándola con el este de Asia dice: "Latinoamérica está cerca del peor récord de desigualdad en el mundo, el este de Asia está cercano al mejor". "Las importaciones en América Latina están fuertemente sesgadas hacia el consumo ostentoso; en el este de Asia, hacia la inversión productiva". En lo que se equivoca Chomsky es pensando que el cambio se está dando con los gobiernos neopopulistas. Todo lo contrario, nos están regresando cincuenta años en la discusión sin generar las verdaderas trasformaciones y reforzando los viejos mitos y modelos mentales. Esto se explica por lo siguiente:
Ya a comienzos del siglo pasado, Max Weber había señalado los problemas latinoamericanos explicando la tesis de que la moral calvinista, que premiaba el esfuerzo individual, al trabajo y la generación de riqueza, marcaban una diferencia en las trayectorias de desarrollo con los países de religión católica, en las que la aversión al trabajo manual y la resignación a la voluntad de Dios marcaba sus contextos culturales.
Esta apreciación la continúa verificando el Estudio Mundial de Valores de Inglehart.
Otra grave tara nos la imputan trabajos como los de Diamond y Sachs y Warner que evidencian un marcado subdesarrollo de las zonas tropicales, debido a los comportamientos socioculturales y económicos que implica la geografía. Un trabajo más reciente, que enriquece la discusión, es el de Acemoglu, Johnson y Robinson, llamado "El origen Colonial del desarrollo comparativo". Muestra cómo el tipo de colonia que se estableció, marcó de manera definitiva el desarrollo posterior de los países. North, retomando esta tesis señala que España estableció un patrón colonial extractito, en los que la corona garantizaba privilegios de monopolio. Señala que estos esquemas se han perpetuado: "Se captura la política y se usa ésta como un vehículo de transacción en todos los mercados". Explica que se dejó en Latinoamérica una herencia en la que grupos de poder controlan la política y a través de ella la economía que mantienen a la región en el subdesarrollo.
Además de todo esto, por cuenta propia nos inventamos el mito de la dependencia y la teoría centro-periferia para explicarnos por qué no nos desarrollábamos e íbamos a permanecer así hasta que el orden internacional no cambiara. Esta ocurrencia le permitió a nuestra seudointelectualidad de vieja izquierda, estar sentada cuatro décadas tomando tinto y fumando cigarrillo mientras escribía y renegaba contra el "monstruo del norte".
Entre tanto, los aún más pobres países del sudeste asiático se trasformaban radicalmente, no importando sus precedentes culturales, coloniales o que estaban en pleno trópico.
De otra parte, el caprichoso supuesto de la explotación nadaba en la inconsistencia.
Estados Unidos aceleró su crecimiento como una economía autocontenida en la que el mercado externo representaba menos del 5 por ciento del PIB hasta entrados los noventa, una buena parte insumos energéticos. De hecho sus modelos económicos eran de economía cerrada, pues la externa no era significativa estadísticamente. En otras palabras, su crecimiento no se explica por qué explotara a alguien y menos a Latinoamérica, su importancia era simplemente geopolítica.
En conclusión, necesitamos una transformación profunda de nuestras concepciones del desarrollo, la equidad y la pobreza. La nueva sociedad latinoamericana dependerá de qué tanto aprendamos, de cuántas nuevas empresas creemos, de cómo las familias que actualmente están excluidas de los sistemas de generación de bienestar puedan integrarse a la economía y la sociedad, de cuántas capacidades humanas y sociales podamos construir. Tenemos que depender menos del Estado y más de nuestra autodeterminación. Ser conscientes que tenemos que construir más autonomía, más capacidades propias.
Necesitamos una nueva izquierda que haga una verdadera revolución en nuestra sociedad cambiando sus viejas concepciones de Estado, sociedad, equidad y desarrollo. Pero esto lo tiene que hacer un "contrapolítico". Los políticos convencionales, con el afán de los votos, sólo recitan los mismos cantos de sirena que la gente quiere escuchar y que se acoplan a sus modelos mentales de dependencia del Estado, los mismos que nos tienen anclados en el subdesarrollo.