Thursday, January 31, 2008


Un insumismo
quien hace lo que hizo Fischer no es un cobarde, ni como dicen sus críticos, un “imbécil superdotado”. Es un desobediente
Por Antonio Caballero
A los 64 años acaba de morir refugiado en Islandia el gran ajedrecista Bobby Fischer. Un tablero de ajedrez tiene 64 escaques: ocho por ocho. Y tal vez esa coincidencia de los trastos de su juego con la edad que tenía a su muerte sea el único rasgo predecible, mágicamente, de la impredecible y contradictoria personalidad de Fischer: un judío de Brooklyn que se hizo militantemente antisemita; un norteamericano de éxito que odiaba a los Estados Unidos y pasó casi media vida perseguido por sus gobiernos; el mejor ajedrecista de todos los tiempos, según los entendidos, y a la vez uno que consideraba que el ajedrez era un “juego muerto” que había que abolir. Para reemplazarlo por otro, llamado –modestamente– FRC, o Fischer Random Chess (Ajedrez Aleatorio Fischer), en el cual se sustituye la memoria por el talento al barajar al azar la posición de salida que van a tener las piezas.
Yo sé poco de ajedrez, y lo juego bastante mal. En cuanto al FRC, ni lo he intentado. Así que no voy a hablar de Bobby Fischer como ajedrecista, sino como insumiso: un hombre que se negó a plegarse a las reglas de su época. Y al cual, en consecuencia, se empeñaron en llamar loco.
Y cobarde, acaba de añadir sobre su tumba un comentarista y miembro del consejo editorial del Wall Street Journal. Según él, si Fischer se negó siempre a poner en juego su corona ganada contra el soviético Boris Spassky en 1972, en Reikiavik, fue por miedo a perderla. Creo más la versión del propio Fischer, que cien veces declaró que si no jugaba dentro de las normas impuestas por la burocrática Fide (Federación Internationale des Échecs) era porque estas favorecían la “masturbación mental” de no jugar para ganar ni perder, sino para hacer tablas. Él perdía –a veces– o ganaba –casi siempre–: pero no quedaba en tablas. Y la Fide lo despojó del título de campeón del mundo para dárselo al obediente y burocrático Boris Karpov, tablista consumado. No puede ser un cobarde el hombre que no sólo se enfrenta a la todopoderosa Fide, y a la en aquel entonces arrolladora maquinaria del ajedrez profesional soviético, y al gobierno de los Estados Unidos, que en 1992 pidió para él una elevada multa y una pena de diez años de cárcel por desobedecer una directiva del Departamento del Tesoro que le prohibía jugar al ajedrez en la entonces proscrita ex Yugoslavia; sino que desafía además a la fuerza más grande de nuestros tiempos: la industria de la publicidad.
La cosa fue así: Bobby Fischer tenía 29 años, y acababa de convertirse en el primer campeón mundial de ajedrez norteamericano de la historia, en el apogeo de la Guerra Fría, derrotando de un solo golpe de genio a los veinte o veinticinco millones de ajedrecistas soviéticos representados por Spassky. Era el Joven Héroe del Capitalismo Triunfante. Y le propusieron que se hiciera rico haciendo anuncios comerciales publicitarios. Tenía en aquel entonces una espléndida cabellera rubia, y le ofrecieron una fortuna por anunciar una marca de champú. Rechazó la oferta con el argumento de que él nunca había usado champú. Le dijeron entonces que anunciara con su fotografía los pianos Fischer, y él dijo que tampoco, porque no era de los mismos Fischer de los pianos. Algún anuncio más le propusieron, y también dijo que no.
No porque se negara a hacerse rico. Al contrario: nunca antes un ajedrecista había insistido en cobrar tanto dinero por ofrecer su arte en espectáculo: contra Spassky en el 72 exigió la suma entonces inaudita de 250.000 dólares, en Islandia; y veinte años más tarde, en Belgrado, para la partida de la simbólica revancha, nada menos que cinco millones de dólares. Pero quería hacerse rico con la verdad de su juego, y no con la mentira de la publicidad. Quien hace eso no es un cobarde, ni tampoco un “imbécil superdotado”, como lo describieron sus críticos. Es un desobediente.
Descanse en paz.

Saturday, January 26, 2008

por el dueño del blog

Hola, ya seran 6 años casi y aun veo mas desolado el panorama en mi pais, es una pena como los problemas del pais se han vuelto problemas de muchos paises sacando provecho para luego no resolver nada y colombia cada vez mas perdiendo su identidad y soberania, ¿sera que algun dia apostamos todos por algo nuevo y diferente?, no importa que se llame izquierda, socialismo, bolivarianismo, garzonismo, lo que sea, pero al menos un icono de la antipoda a la estirpe de 200 años que ha ido suicidando al pais, esa derecha rancia y arcaica que se disfrazaba de azul y rojo segun la ocasion, y que ahora el bi-presidente la ha desnudado para diseñarse su propio traje a su medida y que no le sirva a nadie mas como cual caudillo en epocas de la posguerra en España.
Pero siempre con el consuelo de que comparados con la octava economia del planeta como se hacen llamar, me quedo con mis problemas y en mi pais porque creo que podemos salir adelante nosotros mismos de todo esto.

COLOMBIA Y LOS SECUESTRADOS

La liberación de dos rehenes por parte de las Farc expresa, dramáticamente, que Colombia está a punto de tener su soberanía perforada por completo.

Los grupos armados de distinto signo ideológico han mostrado, año tras año, lustro tras lustro, década tras década, que la soberanía territorial del Estado se fue desdibujando. La persistente acción del narcotráfico y del crimen organizado transnacional ha hecho que la soberanía formal del país quedara en entredicho. La intervención indirecta masiva de Estados Unidos en el país significó una nueva pérdida de soberanía política, interna y externa. Los fracasados procesos de paz que contaron con acompañamiento internacional corroboraron que una vasta gama de actores foráneos, estatales y no estatales, disminuían aún más la soberanía diplomática de Colombia.

El episodio de la reciente entrega, que contó con un inusitado involucramiento europeo liderado por Francia y la activa participación suramericana encabezada por Venezuela, añade más fragilidad a la porosa soberanía nacional.

La actitud del gobierno del presidente Álvaro Uribe y las Farc frente a la cuestión humanitaria ha contribuido a que Colombia tenga hoy su soberanía internacional seriamente debilitada.
La obstinación del mandatario, la habilidad de la guerrilla y el silencio ciudadano han hecho que en vez de resolver el tema humanitario internamente entre colombianos, la comunidad de naciones y distintas coaliciones de fuerzas externas hicieran que el principio de no intervención se opacara drásticamente en el país. Aún antes de que el presidente Chávez solicitara que las Farc sean objeto del reconocimiento de su condición beligerante, la soberanía doméstica y exterior de Colombia estaba penetrada y resquebrajada: la reciente reunión extraordinaria de la OEA lo confirma. Además de responderle al mandatario venezolano y de comprender la dinámica de lo que ocurre actualmente con el sistema interamericano y el papel de Colombia en el mismo, los colombianos tienen que preguntarse y cuestionarse cómo fue que se llegó a este punto.

El Estado, los sectores oficialistas, las fuerzas de oposición, los distintos actores de la sociedad civil y aun los grupos armados debieran tener como horizonte estratégico la recuperación real de la soberanía. No se trata de chauvinismo ni xenofobia; se trata de un nacionalismo elemental y constructivo.

El conflicto armado y el negocio ilícito de las drogas seguirán prosperando hasta que Colombia no establezca un nuevo pacto social, político e institucional que coloque en el centro neurálgico de su consecución la recuperación y la reconstrucción de la soberanía.

El aporte internacional al humanitarismo y a la paz puede prosperar solamente en ese marco.

Tuesday, January 22, 2008

Los motivos de Chávez

A Chávez le está pasando lo que a aquel actor que, tras interpretar una telenovela del gran hombre, acabó convencido de que era él.
Por Antonio CaballeroFecha: 01/19/2008 -1342 Tienen razón Hugo Chávez, y la cancillería venezolana, y la Asamblea Nacional de Venezuela, en lo que dicen del gobierno de Álvaro Uribe, y, en general, de las oligarquías colombianas: que están obsesionadas con la guerra, que no quieren la paz, que lo único que les interesa es "mendigar la indulgencia del gobierno imperial de los Estados Unidos". Eso mismo venimos diciendo desde hace décadas muchos críticos del sistema imperante en Colombia. No son inventos del coronel venezolano: es la pura verdad.
También es la pura verdad, como dice el acuerdo de la Asamblea venezolana, que el calificativo de terroristas es sólo un recurso unilateral de ese mismo gobierno imperial contra "los movimientos de liberación y los Estados no subordinados a la dominación". El lenguaje puede parecer arcaico, pero la cosa es cierta. (Y también arcaica). En las listas del "terrorismo" no se entra ni se sale por razones objetivas, sino porque así lo deciden los Estados Unidos y lo imponen a sus aliados. Un solo ejemplo entre cien: cuando combatían a los soviéticos, los talibanes de Afganistán eran freedom fighters, "luchadores por la libertad" (Osama bin Laden incluido). Ahora que combaten a los norteamericanos se han vuelto "terroristas".
Lo que no es verdad, en cambio, es que Chávez actúe movido por sentimientos de "amor y solidaridad con (sus) hermanos colombianos". Tal vez es ese el único punto en el que tienen razón los comunicados de la cancillería colombiana: "El presidente Hugo Chávez confunde la cooperación con la injerencia, como confundió la mediación de la parcialización". Lo que mueve a Chávez es, en efecto, el deseo de inmiscuirse para sus propios fines en los asuntos internos de Colombia, y esa injerencia es indebida. Pero la parcialización es comprensible, porque, como he dicho aquí mismo muchas veces, las Farc tienen muchas razones valederas y objetivos respetables. En lo que se equivocan es en sus métodos, monstruosos y contrarrevolucionarios, que corrompen sus fines: y en la historia han sido siempre los métodos los que han corrompido las revoluciones. Eso debería saberlo mejor que nadie el propio Chávez, cuya "revolución bolivariana" se ha abstenido cuidadosamente de utilizar métodos infames.
Así que tiene razón el gobierno de Álvaro Uribe cuando acusa a Chávez de tomar partido por las Farc en el conflicto interno colombiano, sin creerle que lo haga por motivos humanitarios. Lo hace por los suyos propios. Pero estos no son sólo egoístas, sino genuinamente altruistas. Bolivarianos, por decirlo así: o sea, inspirados en el ejemplo de Simón Bolívar. Que también tenía la incómoda costumbre de inmiscuirse en los asuntos de los vecinos (la creación de la Gran Colombia fue exactamente eso), y también fue considerado terrorista (aunque en otras palabras) por los gobiernos imperiales de la época.
El bolivarianismo de Hugo Chávez, en efecto, no es meramente retórico. O, más exactamente, su retórica es la misma de Simón Bolívar, y se la cree él mismo tanto como el Libertador se creía la suya propia. Porque si en lo inmediato Chávez se siente llamado a heredar el papel de Fidel Castro como adversario de los Estados Unidos (con el petróleo que el cubano nunca tuvo), en una visión histórica más amplia cree que ese papel es el mismo que cumplió el Libertador en su tiempo. No sólo contra el imperio de entonces, que era el español (y ahí entra, como anécdota histriónica, su rifirrafe verbal con el rey Juan Carlos); sino con respecto también a los Estados Unidos. Esos que fueron vistos premonitoriamente por Bolívar en frase famosa como "dispuestos por la providencia para plagar de males a la América en nombre de la libertad".
Lo que pasa es eso: Chávez se cree Bolívar. El Libertador de América. Le está pasando lo mismo que a aquel actor de televisión que hace unos años, tras interpretar en una telenovela el papel del gran hombre, acabó convencido de que era él. Pero conviene no olvidar que también el propio Bolívar acabó creyéndose Bolívar (como bien supo verlo, sin poder evitarlo, Santander).
Entre tanto, y mientras no pase a mayores, esta crisis distrae. Y les conviene, por razones opuestas y en los dos casos internas, a los dos presidentes: tanto a Chávez como a Uribe. Ya estamos oyendo aquí el llamado a "rodear al presidente". Y me permito recordar la sabia advertencia que hacía al respecto el asesinado Jaime Garzón: "para que no se escape".