Tuesday, May 30, 2006

Sin novedad en el frente

Daniel Samper Pizano
Sin novedad en el frente (Mayo 30 de 2006)
Al premiar el pasado, no el futuro, los electores dieron pocas sorpresas en las urnas.
Las elecciones del 2006 arrojaron resultados previsibles. Poco hay en ellas que no se hubiera cantado de antemano: el triunfo contundente de Álvaro Uribe en la primera vuelta; el avance de la izquierda liderada por Carlos Gaviria Díaz; la evaporación del Partido Liberal (con inmerecido castigo a Horacio Serpa); la pertinaz abstención mayoritaria (subió, incluso, de 53.5 a 54.9 por ciento).
Solo faltaba colgarles cifras a los hechos, y ellas nos cuentan que Uribe logró la mayor votación de todos los tiempos (más de 7 millones 363 mil votos); la izquierda, su más poderosa exhibición en las urnas (triplicó los 754 mil que había obtenido Antonio Navarro) y el liberalismo su más baja proporción (11.84 por ciento). Justo es agregar a lo anterior el eficiente trabajo de la Registraduría.
Una de las pocas sorpresas de la jornada fue la bajísima cifra de Antanas Mockus, el ex alcalde bogotano, que obtuvo apenas 146 mil votos en todo el país.
En cuanto a los demás –incluso Álvaro Leyva, el hombre que gestionó la presidencia de Andrés Pastrana con Tirofijo--, prácticamente no existieron. También era predecible. Más extraña fue la importante votación por Uribe en Bogotá, donde gobierna un antiguo rival suyo. Allí logró el Presidente proporciones aun mejores que en el país.
Las elecciones dejan sobre la mesa algunos temas gordos de análisis. Uno de ellos es si el bipartidismo está muerto, y si, además de muerto, fue sepultado el domingo, o si únicamente se encuentra cataléptico. Yo pienso que está descuartizado, pero no muerto. Hay pedazos suyos repartidos en distintos movimientos –sobre todo el uribismo--, y que, ante una buena convocatoria clientelista, podría remendarse a medias.
Otro es si la composición interna del triunfo amerita reorganizar el gabinete y repartir poderes y prebendas con criterios distintos a los que prevalecieron hasta ahora. Lo que deben saber los amigos de Palacio es que la victoria corresponde a un señor llamado Álvaro Uribe Vélez, que ha podido sintonizar con la gente, y no a un aparato o una campaña. En el uribismo, más allá de Uribe no hay mucha tela.
Se votó para premiar por el pasado, no para apostar por el porvenir. Los ciudadanos aprobaron el desempeño del Presidente durante el cuatrienio 2002-2006. A seis de cada diez les gustó el gobierno, y le concedieron clamorosa medalla con sus papeletas.
Aplaudían lo conseguido, no lo que podría conseguir, entre otras cosas porque Uribe no anunció grandes cosas para su segundo mandato, sino más de lo mismo. Los colombianos tienen esperanzas de paz y empleo, pero no se conoce ningún gran plan del gobierno para lo uno ni para lo otro.
La prueba es que su discurso de victoria mucho agradece y ofrece poco. De hecho, pasará a la historia como uno de los más pobres y demagógicos de nuestros anales, empezando por la invocación de Nuestro Señor y María Santísima y prosiguiendo con la defensa de una meritocracia que no existe y la dosis delirante de oratoria patriotera.
De 3.118 palabras que contenía, 104 mencionaban a la Patria, los compatriotas, Colombia o los colombianos. Una de cada 29 palabras estaba teñida de ese agobiante tinte tricolor que tanto gusta al Presidente. Tiempo habrá para meditar sobre el futuro, porque las elecciones no consolidaron un movimiento político, sino un caudillo. Es presumible que vengan tiempos difíciles. Los problemas sociales –cada vez mayores— no se solucionan batiendo banderas.
¡Nuestro Señor y María Santísima nos dieron a Uribe hace cuatro años, Nuestro Señor y María Santísima se negaron a quitárnoslo el domingo!… ¡Que Nuestro Señor y María Santísima nos ayuden para que Colombia no vaya a arrepentirse de su decisión democrática!