Sunday, July 13, 2008

LA FARSA COLOMBIANA

Noticia de un milagro
Pero el problema de fondo, por el cual existen tanto los secuestros como los rescates, sigue intacto
Por Antonio CaballeroFecha: 07/12/2008 -1367
El rescate fue de película, tal como lo dijo el ministro de Defensa Juan Manuel Santos. Rápido y limpio, con los quince secuestrados incólumes y dos de sus ocho mil secuestradores capturados sin disparar un tiro. Uno de los liberados lo resumió: "un milagro". Y el presidente Álvaro Uribe lo atribuyó a "la luz del Espíritu Santo y la protección de Nuestro Señor y de la Virgen en todas sus expresiones".
Tal vez sea esta la primera vez en la historia en que un rescate militar sale bien. No sólo en Colombia, sino en el mundo. Todos los emprendidos en el último medio siglo, fallidos o exitosos, se caracterizan por haber sido acompañados por un baño de sangre. Los dos del ejército ruso, el de la escuela de Chechenia y el del teatro de Moscú; el de la guardia nacional norteamericana en el rancho davidiano de Waco, Texas; el de los sinchis antiterroristas peruanos en la embajada del Japón en Lima; el de las tropas especiales indias en el Templo Dorado de Amritsar; el de la policía alemana en el estadio de Munich. Incluso el muy publicitado rescate de rehenes de los comandos israelíes en Entebbe, Uganda, dejó un reguero de cincuenta muertos. Por regla general, los rescates militares se ajustan al modelo extremo del asalto al Palacio de Justicia de Bogotá, del cual, veinticinco años después, todavía seguimos desenterrando cadáveres: "Un ejemplo para el mundo", lo llamó entonces el Comandante en Jefe del Ejército colombiano, general Rafael Samudio. El rescate de hace ocho días en el Guaviare, sin un rasguño, es la única excepción. Un milagro.
Felicitaciones para todos. Para los tripulantes del helicóptero que lo ejecutaron, para los generales que lo dirigieron y lo planearon, para el ministro que lo avaló. Y sobre todo para los secuestrados rescatados: quince personas vivas y libres. Y hasta para los guerrilleros que quedaron en tierra y no fueron ametrallados, y para sus dos jefes que salieron del trance sin más daño que un pistero en el ojo.

Felicitaciones. Pero que no nos digan que fue un rescate militar. Fue, y por eso salió bien, una farsa teatral: una película (que muy pronto veremos repetida de verdad en el cine, con actores profesionales: Angelina Jolie en el papel de Íngrid Betancourt, y Woody Allen en el de Juan Manuel Santos). Una obra de teatro en la cual los soldados, sin armas y disfrazados de voluntarios de una ONG humanitaria, engañaron a los guerrilleros de las Farc para que les entregaran sus rehenes sin recibir nada a cambio. ¿Así de brutos son? Le preguntó el periodista Yamid Amat al ministro de Defensa. Y Santos respondió:
—No, lo que pasa es que el plan era tan audaz que el guerrillero más experimentado e inteligente no hubiera creído posible ni siquiera que se intentara.
Porque, en efecto, es increíble. Increíble en todas sus versiones, incluida la traducida por Íngrid Betancourt para uso de los franceses: "merci la France". Es un cuento tan increíble como aquel del valiente policía que hace veinte años se enfrentó en calzoncillos a los secuestradores de Andrés Pastrana y los persuadió de que cambiaran a su valioso secuestrado por él. Así lo hicieron, y gracias a ese canje (milagroso también: recuerdo que hubo un Te Deum de acción de gracias) Pastrana llegó a la alcaldía y luego a la presidencia. Del valiente policía en calzoncillos no se volvió a saber nada. Más verosímil suena la tesis del periodista suizo según la cual se les pagó a las Farc por el teatral recate. Sería lo lógico. El presidente Uribe lleva meses ofreciendo públicamente recompensas y beneficios jurídicos para los guerrilleros que entreguen secuestrados, y el ministro Santos reconoce que ese tipo de "colaboración" existe cuando dice: "Lo que usted llama 'colaboración' es penetración: es decir, convencer a guerrilleros de ayudarnos a cambio, la mayoría de las veces, de beneficios. En este caso no fue por recompensas, sino por venganza". Resulta extraño que un gobierno que ha hecho de la delación pagada uno de los puntales principales de su política antisubversiva, hasta el punto de recibir en prenda manos humanas cercenadas, prefiera atribuir este rescate de espectáculo a la intervención divina que al dinero.
Los guerrilleros capturados, por su parte, que podrían contar de quién querían vengarse, o quién quería vengarse de ellos, o si fueron comprados o de verdad embaucados o a lo mejor persuadidos con la promesa de una notaría, no dirán nada: van a ser extraditados y juzgados en los Estados Unidos por terrorismo y secuestro; y como la ley prohíbe a los Estados Unidos negociar con terroristas (aunque lo hayan hecho cien veces), en el juicio no se hablará de dinero. Y tal vez terminen, como los narcos, recibiendo estatus de testigos protegidos. En cuanto a los rescatados, ya el embajador norteamericano anunció por televisión, generoso, que también ellos recibirán la codiciada visa USA: "¡Ya han pagado su pasaje!", dijo el embajador.
Pero el problema de fondo por el cual existen tanto los secuestros como los rescates de secuestrados sigue intacto. La liberación de quince entre varios cientos es, claro, motivo de regocijo, por ellos y por sus familias; y es también, sin duda, un tremendo golpe a la moral de las resquebrajadas Farc. Pero no altera para nada las raíces del conflicto. Porque es un milagro. O sea, una simple anécdota.