Wednesday, August 16, 2006

cuando el subdesarrollo atrapa

Uribe y Arias,
cuando el subdesarrollo atrapa
Por Diego Fernando Gómez
Es por lo menos paradójico, si no totalmente absurdo, que un país cuya inversión en ciencia y tecnología no alcanza el 0,4 por ciento del PIB y que debería estar por encima del 1,5 por ciento para poder apalancar un proceso de transformación social incluyente, decida dedicar 500.000 millones de pesos para compensar a los sectores menos dinámicos, estructuralmente más atrasados y anacrónicos y para quienes ese dinero, más que asegurarles futuro, más los atara a un pasado que es insostenible.
El tamaño de la incoherencia sobre las apuestas para el desarrollo es patente en las asignaciones presupuestales. Colciencias, sumando inversión y funcionamiento, tiene un presupuesto para 2007 de 89.000 millones de pesos.
El Ministerio de Agricultura, con sus entidades y programas, tiene uno de 1,3 billones, quince veces más. Pero el mayor despropósito son los 500.000 que se darán en subsidios a quienes supuestamente estarán afectados por el TLC.
Las cifras del agro no son nada buenas, el empleo cae el nueve por ciento en el último periodo y el PIB sectorial crece menos del uno por ciento cuando toda la economía lo hace alrededor del cinco por ciento. Se han reducido cien mil hectáreas sembradas en el último año precisamente en los sembrados de ciclo corto. Sobre éstos, hace años los expertos han señalado que son ineficientes e inadecuados para competir y explotar nuestras potencialidades como trópico. Esto muestra un agro no sostenible y que tiene que cambiarse estructuralmente. ¿Por qué a Uribe y a Arias se les ocurre la genial idea de matar pollitos aliviados para hacerles caldito a los enfermos?
Un ejemplo son los avicultores, no quedan satisfechos con 19 años de protección y aranceles superiores al 160 por ciento, sino que además piden subsidios. Con todo eso, adicionalmente los colombianos tenemos que pagar un pollo y unos huevos más caros en el país de lo que nos costarían en el mercado internacional. ¿Es socialmente lícito esto en un país con cincuenta por ciento de pobreza y en donde muchas de estas familias dedican más de la mitad del ingreso para una alimentación de subsistencia?
Lo mismo podemos decir de los arroceros, los algodoneros, los cerealeros... ¿Por qué no se puede decir eso de los floricultores, cafeteros y bananeros? Por que ellos sí están insertados de manera competitiva y autónoma en los mercados mundiales. Son quienes están mostrando que sí hay un agro de ingreso seguro, rentable y que construye país. Que no vive ni de las dádivas del Estado ni de la explotación del consumidor colombiano.
¿Por qué no pensar más bien en un Ministerio de Agricultura concebido en torno a los consumidores y en la inserción competitiva en los mercados internacionales, y no en uno que parece más el representante ante el gobierno de algunos sectores de productores que se acostumbraron a vivir del Estado y su protección?
El subdesarrollo y la pobreza del campo se explican entre otras cosas por la existencia de una economía de enclave en la que finqueros, residentes en ciudades, son los propietarios de haciendas en todas las regiones del país que son explotadas de manera precaria. Los ejemplos arrancan por el mismo Uribe en la Casa de Nariño, siguiendo por el anterior ministro de Agricultura y muchos de sus demás antecesores y pasando por el Congreso de la república y las mayorías uribistas. Cuando esas tierras estén en manos de empresarios de las regiones, afincados allí explotándolas con productos insertados de manera competitiva en los mercados mundiales, la realidad del campo va a cambiar.
Es urgente reconvertir el campo pero, sobre todo, reconvertir nuestras concepciones sobre el desarrollo, los productos entorno a los cuales podremos crear empresas que generen inclusión y empleo para millones de familias que están en la pobreza y que no nos dejen en la triste situación que plantea Colombia 2019, de solo tener 3.800 dólares de ingreso e inevitablemente niveles de pobreza por encima del 20 por ciento y con un viejo agro, con ingreso seguro a costa de todos los demás colombianos.