Thursday, October 15, 2009

¡Uribe es diferente!

Amplios sectores apoyan a Uribe porque están obsesionados con el temor de la guerra, pero les resulta impermeable que nos estemos enrumbando peligrosamente hacia el autoritarismo.


Hipótesis: ¡Uribe es diferente!
Por Juan Carlos Palou Trias*
OPINIÓN
Jueves 8 Octubre 2009

En días pasados, al referirse al debate público en torno a la reelección, la revista SEMANA afirmaba que éste se ha adelantado con más entusiasmo que argumentos. Es decir, los enemigos de la reelección son más intensos que recursivos. Creo, por el contrario, que la discusión pública ha puesto en circulación un rico espectro de argumentos, muchos de los cuales tienen raíces en las controversias clásicas de la teoría y la filosofía política occidentales.

En mi opinión una controversia equiparable al dilema que enfrenta Colombia, se encuentra en los lúcidos análisis que hace el jurista alemán Martin Krielle al evaluar las teorías políticas de Thomas Hobbes. Según Krielle, los principales riesgos que debe afrontar un Estado en el orden interno son dos: la guerra civil y la tiranía . Hobbes estaba obsesionado con la guerra y consideraba que sólo podía ser conjurada por un príncipe todopoderoso. Para ello era necesario que los súbditos renunciaran a la libertad frente al monarca absoluto, El Leviatán, a cambio de la vida, la seguridad y el orden. Este arreglo se expresa en la conocida fórmula de “protección a cambio de obediencia”.

El sesgo antibélico de Hobbes le llevó a desconocer el otro gran riesgo, el de la tiranía. Aunque invocaba el famoso aforismo de que el “hombre es un lobo para el hombre”, abandonaba su coherencia ante el hombre todopoderoso. El monarca absoluto resultaba ser bueno para los otros hombres pues los liberaba de las incertidumbres de la guerra. Su famosa antropología pesimista se reducía a una formula contradictoria: El hombre es malo, menos el hombre que tiene todo el poder. Este es el origen del concepto de “gobernante iluminado”.
En contraposición a este absolutismo enceguecido, los juristas ingleses del siglo XVII proponían la idea de que la paz sólo es aceptable si permite la vida en libertad. Para lograr este doble objetivo-paz y libertad- es necesario construir “instituciones ilustradas” y no apoyarse en “gobernantes ilustrados”. Dentro de estas instituciones el Derecho resultaba estratégico.

Traducido a un lenguaje coloquial, la idea era: “no queremos que nos gobierne un hombre iluminado”, uno al que le “cabe el país en la cabeza”, como se acostumbra a decir en Colombia. Tal cosa no existe sino en la fantasía infantil y puede conducir a la tiranía.

La complejidad de las realidades sociales y políticas es parcialmente asible sólo a través de la mayor cantidad de cerebros pensantes y organizados por las normas jurídicas. En esa forma los procesos políticos de cambio, las decisiones y las reformas son lentos, engorrosos, llenos de vicisitudes y de exámenes desde los más diversos puntos de vista.

Estos costos aparentes se amortizan con un mayor conocimiento de la realidad, una disminución del riesgo de equivocarse y un incremento de legitimidad de las decisiones de impacto colectivo.

Trasladando ese debate a Colombia, uno podría decir no tanto que Uribe está obsesionado con la guerra sino que amplios sectores del país- de clase alta, media y popular- están obsesionados con el temor de la guerra. Esa obsesión es, en mi opinión, expresada en el famoso “Estado de Opinión”.

Lo lamentable es que tal estado de ánimo es impermeable a las ideas que alertan sobre el riesgo del autoritarismo. Y no estoy diciendo que estemos en un régimen autoritario –aunque muchos colombianos en las regiones vivan en condiciones de verdadera dictadura – sino que nos estamos enrumbando peligrosamente hacia él.

Al preguntarse en qué momento y por qué razón se instaló en tantos ciudadanos colombianos ese espíritu Hobbesiano, la respuesta obvia es que tal cosa ocurrió en el Gobierno de Pastrana y que fue una consecuencia del fallido proceso paz. La arrogancia de las Farc llenó de ira a muchos sectores sociales que en el pasado habían sido más tolerantes con la delincuencia política o por lo menos escépticos frente a la eficacia de las soluciones de fuerza.

Pero hay un factor adicional que explica el porqué tantos sectores urbanos – relativamente protegidos de las vicisitudes de la guerra- están poseídos por el espíritu belicista. La crisis económica que estalló durante el mismo gobierno de Pastrana.

La imagen emblemática de esa crisis es la de las familias de clase media, profesionales acomodados, que vendieron sus posesiones en Colombia para irse con su pequeña fortuna a buscar futuro en los países desarrollados. Esa crisis de origen multicausal fue atribuida también al proceso de paz y a la malevolencia de las Farc. Se incrementó así la percepción de letalidad de la guerrilla y se involucró en el miedo a la guerra a los sectores urbanos.

Uribe, con innegable talento político interpretó el temor, lo canalizó electoralmente y lo ha sabido mantener a lo largo de dos periodos presidenciales. La táctica para el mantenimiento del espíritu belicista ha sido mostrar incuestionables éxitos militares afirmando al mismo tiempo que la “culebra sigue viva”.

Por todo lo anterior, la riqueza de argumentos contra la reelección y las alertas contra los riesgos del autoritarismo han caído en suelo yermo. Esa circunstancia ha sido aprovechada por los áulicos del régimen para degradar el debate.

Véase sino lo que J.O.Gaviria – intelectual orgánico del régimen- opina de las ideas de los contradictores: “bobada”, “basura conceptual…que vomitan”; “Garrapatean a las carreras cualquier …columna”; “preguntan majaderías”; “comentan…. un sartal de chismes”.

Adicionalmente, califica a los contradictores de bigornia, que el diccionario de la lengua define como:“Gente pendenciera que andaba (¿o anda?) en cuadrilla para hacerse temer” . Y todo eso en una sola columna. De hecho es significativo que tal columna se denomine “¿quién les va a creer?”. Este título expresa como concibe JOG el debate político actual: es una cuestión de fe. A un lado, los herejes, profetas de la catástrofe; al otro, los ortodoxos, que han depositado toda su fe en el (único) gobernante iluminado, de inteligencia superior. La argumentación y la persuasión razonada están excluidas de las discusiones religiosas.

Muchos de los argumentos contra la reelección y las alertas contra el riesgo de autoritarismo, se apuntalan en añejas reflexiones de la teoría y la filosofía políticas. No son por tanto hipótesis descabelladas ni histéricas profecías catastrofistas. Son tesis cuya validez ha sido reiterada por la historia política. Pero frente a esas reflexiones la respuesta de los reeleccionistas es una hipótesis, esa sí, descabellada: ¡Uribe es diferente!

*Juan Carlos Palou es coordinador del área de Construcción de Paz y Postconflicto, de la Fundación Ideas para la Paz (www.ideaspaz.org).