Tuesday, May 20, 2008

El sastrecillo valiente

El sastrecillo valiente

Los resultados de la extradición serán contraproducentes desde el punto de vista de la justicia, de la verdad y de la reparación.
Por Antonio Caballero
Fecha: 05/17/2008 -1359
Intempestivamente, según su particular estilo, el presidente Álvaro Uribe decidió extraditar de una sola tacada a catorce narcoparamilitares de entre los más notorios, de 'don Berna' a Mancuso, sin contar a 'Macaco', que había sido enviado ocho días antes "a una celda en los Estados Unidos", para decirlo con la vieja frase de Pablo Escobar. Lo hizo sacando pecho, según su estilo.
Como aquel aprendiz de sastre del cuento infantil que, exasperado por la moscarria del calor, aplastó siete moscas de un solo palmetazo y colgó sobre su puerta un letrero jactancioso:
-Maté siete de un golpe.

Y los vecinos del pueblo, creyendo que hablaba de siete de los ogros gigantes que asolaban la región, lo nombraron solemnemente su protector y lo casaron con la hija del rey. Y colorín colorado.
No quiero decir con esto que los narcoparas extraditados fueran simples moscas inofensivas. Eran gente peligrosa, responsable no sólo del delito de tráfico de drogas, que es el único por el cual van a ser juzgados por los tribunales norteamericanos, sino de crímenes mucho más graves, cometidos no contra el ordenamiento fiscal de los Estados Unidos sino contra las leyes penales de Colombia: miles de asesinatos, seguidos del despojo de las tierras de cientos de miles de personas. Eran gente peligrosa, pero no por eso tiene el presidente Uribe razones para enorgullecerse de haberlos extraditado. Ni por los motivos que, según explicó, lo movieron a hacerlo. Ni por los resultados que va a tener su extradición.
Los motivos. Explicó Uribe que, en violación de los compromisos exigidos para ser amparados por la generosidad de la Ley de Justicia y Paz, los narcoparas presos seguían delinquiendo desde la cárcel: matando gente y traficando con droga. Tal vez Uribe no, pero los demás colombianos sabíamos eso desde hace muchos meses.
Explicó también que no había en ellos la menor intención de dar reparación económica a sus víctimas. También lo sabíamos; y, a juzgar por el modo en que Estupefacientes ha malmanejado los bienes de narcos sometidos a extinción de dominio, no era cosa que preocupara demasiado al gobierno. Y explicó finalmente que no colaboraban eficazmente con la justicia. Ahí cabe la duda: estaban, por el contrario, empezando a colaborar con la justicia en un aspecto fundamental, que era el de la denuncia de sus cómplices en el mundo de la política. Y cabe en consecuencia la sospecha de que precisamente esa colaboración, que tiene presos o investigados a varias docenas de políticos de los partidos uribistas, fue la causa de la intempestiva decisión presidencial de extraditar a las dos docenas de narcoparas. Extraditados, ya no seguirán hablando: ni tienen incentivos para hacerlo, pues ya no los cobija la Ley de Justicia y Paz que se los daba; ni tienen quien les haga las preguntas pertinentes, pues a los fiscales norteamericanos no les interesan, como dije, sino los delitos de narcotráfico. Los resultados de la extradición, pues, serán contraproducentes desde el punto de vista de la justicia, de la verdad y de la reparación . Y de pasada, si de mostrar firmeza se trataba, lo que ilustra el envío de criminales colombianos a tribunales extranjeros es precisamente que la 'seguridad democrática' no sirve ni siquiera para garantizar el control por parte del Estado colombiano de sus propias cárceles.
Pues si los narcoparas seguían manejando sus organizaciones delictivas desde las cárceles de alta seguridad de Cómbita o de Itagüí, o inclusive desde las corbetas de la Armada en mar abierto, lo que eso significa es que tales organizaciones delictivas seguían intactas. Algunas ni siquiera habían cambiado de nombre, como la célebre 'oficina de cobros' de Envigado. Otras se habían limitado a sustituir el pomposo sustantivo de 'Héroes' por el más amenazador de 'águilas' para que todo siguiera igual, mientras por su parte el Comisionado de Paz y el propio Presidente se contentaban con llamarlas eufemísticamente "grupos delincuenciales emergentes" para pretender que todo había cambiado.
Porque en esta historia no hay el final feliz del colorín colorado de los cuentos de hadas. Las organizaciones armadas del paramilitarismo no desaparecen por arte de birlibirloque porque tampoco aparecieron así: surgieron como instrumentos del control latifundista de la tierra, y poco importa cuál sea el nombre de sus jefes sucesivos mientras ese control persista intacto. Así lo mostró de sobra la saga de los sucesivos hermanos Castaño. Y con el narcotráfico sucede lo mismo: sus cabecillas desaparecen, mueren o son extraditados, y otros los sustituyen, idénticos a ellos. Se trata de un negocio, en el que poco importa el nombre de los gerentes que lo vayan manejando.