El consumo
Sin ir más lejos, todas las chucherías conmemorativas de la visita del Papa, las camisetas y los discos, los rosarios y los platos, eran ‘made in china’
Por Antonio Caballero
Fecha: 07/19/2008 -1368
Descansemos de Uribe, que no descansa. Voy a hablar de otro que tampoco descansa: el Papa Benedicto XVI. Qué maldición la de estos personajes hiperkinéticos que no descansan ni dejan descansar. Las madres de los niños con el síndrome de Tdah saben lo duro que es eso: muchachitos que tienen rabietas, arman peleas, no tienen amigos, rompen cosas, no terminan las tareas, lo desordenan todo. Es como vivir con Uribe o con el Papa Ratzinger: hay que sedarlos con una mezcla de adulación y goticas homeopáticas. No paran. ¿Y a qué horas piensan? No piensan. Trastorno por Déficit de Atención causado por la Hiperactividad, se llama lo suyo. Qué fatiga.
Bueno. El caso es que Benedicto XVI, el Papa Ratzinger, anda ahora por Sydney, Australia, con motivo de la celebración del XXIII Día Mundial de la Juventud, un festival al cual acudieron cien mil jóvenes católicos y algunos cientos de curas para tener el privilegio de ver al Sumo Pontífice en el punto más remoto del globo terráqueo.
Habló Su Santidad, y fustigó severamente el inmoral "consumismo insaciable" del mundo actual. Sus oyentes, que venían de darse el insensato lujo consumista de recorrer en avión toda la redondez de la tierra para ver a un Papa que vive normalmente en las antípodas, lo aplaudieron a rabiar. Y a continuación se precipitaron a hacer colas para comprar los productos conmemorativos del XXIII Día Mundial de la Juventud. El disco oficial del evento, la camiseta oficial con el nombre del Papa, los platos de porcelana con su efigie, etcétera.
¿Qué harán después con ellos? se pregunta uno, recordando que también se hicieron en su momento vajillas enteras conmemorativas de lo de Lady Di. ¿Los cargarán de vuelta a sus países como exceso de equipaje? ¿Los tirarán a la bahía de Sydney? Pero precisamente en eso consiste el consumismo insaciable que Su Santidad fustiga: se trata de comprar cosas inútiles que luego hay que tirar a la basura para abrir campo para más cosas inútiles.
Aunque, claro: para consumistas, los Papas. Este viaje a Australia, sin ir mas lejos, con su avión especial para sobrevolar los océanos y su yate de lujo para cruzar la bahía y todas las zarandajas del caso, debió salirle a la invitante diócesis de Sydney por un ojo de la cara. Baste recordar que los tres días de vacaciones que el verano pasado pasó Benedicto XVI en los Montes Dolomitas, a un tiro de piedra de sus palacios del Vaticano, les costaron a sus anfitriones, las autoridades de la región del Véneto, la bicoca de 345 millones de euros. Un Papa es caro, y éste, más. En los tres días de que hablo, solamente en arreglos florales se fueron 13.000 euros, y más de 50.000 en la repavimentación de las calles por donde debía pasar el "papamóvil" en que viaja. Y hay que ver las tiaras. Las casullas bordadas. Los báculos de oro. Las sandalias de piel de cabritillo nonato de las estribaciones del Himalaya que, según es fama, manda teñir de rojo en la famosa casa de modas romana de Prada.
Ahora: el tema no es moral, sino económico. La austeridad será sin duda muy virtuosa, pero no mueve molino. Y de lo que se trata es de que el molino se mueva: el de la producción, empujado por el río del consumo. Si Roma es Roma, se lo debe en gran parte al despilfarro ostentoso de cien Papas: a sus repavimentaciones de mármol, a sus adornos florales, a sus casullas recamadas de joyas, a sus platos de cerámica con su efigie que compran los turistas. Sin ir más lejos, todas las chucherías conmemorativas que se vendían en Sydney, las camisetas y los discos, los rosarios y los platos, eran, según informa la prensa internacional, "made in China". Y es gracias a este tipo de cosas que la China ha llegado a ser la segunda potencia económica del mundo.
Se pronunció el Papa Benedicto no sólo contra el consumo desaforado en general, sino contra el de drogas, en particular. Y tampoco en ese punto le hicieron sus oyentes el menor caso. Los festivales de la juventud, católicos o no, con Papa o con grupo de rock, y hasta los que hacía en Cuba Fidel Castro, suelen terminar convertidos en paraísos artificiales. Así que en vez de tanto fumigar, erradicar, extraditar, ir, venir, brincar, pelear y perorar, el presidente Uribe debería reflexionar sobre esa ley de hierro de la economía: el consumo genera la producción. La demanda crea la oferta.
Pero, como dije al principio, los afectados por el síndrome del trastorno por déficit de atención causado por la hiperactividad, Tdah, no tienen tiempo para reflexionar.
Echa uno a volar la imaginación hasta el otro lado del planeta, y todo lo trae de vuelta a Uribe. Qué fatiga.