Wednesday, August 30, 2006

"Soplándonos" cien mil hectáreas cada año

"Soplándonos" cien mil hectáreas cada año

Por Diego Fernando Gómez
Qué tristeza y qué rabia que lo que haya terminado haciendo la humanidad con el actual esquema de lucha contra el narcotráfico es montando un máquina que arrasa con cien mil hectáreas de selva virgen al año, muchas de ellas en parques naturales. Los datos sólo consideran lo referente al consumo de cocaína en Colombia, sin contar los efectos en otros países y con otras drogas ilícitas. El daño es simplemente irreparable y la recuperación que se logre tardará décadas. ¿Resistirá el mundo una década más de esta masacre ambiental? ¿Sí son conscientes los consumidores de los efectos que terminaron generando?
Desde el emergimiento de las culturas, la humanidad ha buscado construir un ideal de comportamiento idealizado desde el poder imperante. Todos aquellos comportamientos considerados inadecuados dentro del imaginario de virtud fueron proscritos y casi siempre prohibidos. Eso ocurrió por ejemplo con la segunda profesión más antigua del mundo, la prostitución. Sólo que se convirtió en un negocio turbio y sórdido porque el acontecimiento previo fue que a la profesión más antigua del mundo, el sacerdocio, se le ocurrió prohibirla y convertirla en un negocio de delincuentes e infractores.
Desde ese entonces muchas de las actividades de diversión licenciosa: alcohol, drogas, bares, garitos, prostíbulos fueron proscritas y prohibidas en diferentes épocas. Desde la conformación de las primeras ciudades se segregaron en sectores específicos donde se les toleraba o alcanzaban tal poder que no se les podía erradicar. Se crearon también de manera simultánea las mafias y bandas dispuestas a manejarlas. Desde hace milenios esto ha sido más que una realidad un monumento a la hipocresía y la doble moral de las sociedades, especialmente las judeocristianas.
El asunto desde la perspectiva del realismo socioeconómico es que se constituyen las estructuras de mercado que sean requeridas para atender las necesidades, placeres y ociosidades que una comunidad demande. Si se prohíben, las atienden delincuentes, si no, se atienden de manera legal y con los instrumentos de control adecuados. Algo tan evidente era soportable cuando se trataba de prostitución, garitos o ventas de contrabandos menores. Cuando se trata de negocios que empiezan a mover cantidades enormes de dinero, como el licor, o ahora las drogas, pretender mantener la prohibición genera estructuras criminales con gran poder de desestabilización. Eso le ocurre a Colombia y los conflictos internos transmutaron para convertirse en la guerra por el control de territorios de cultivo y procesamiento de droga. Una guerra trashumante que arrasa cien mil hectáreas de selva virgen al año.
¿Qué tal una zona de tolerancia para la siembra, procesamiento y despacho del alcaloide a los mercados de consumo? Esto necesariamente tendría un impacto sobre los primeros eslabones del de la cadena del narcotráfico. Al desaparecer el riesgo de esta actividad, el plus que recibe como premio al crimen se hace innecesario. Simplemente no habría aliciente económico. Los ejércitos paracos que manejan territorios ilícitos y el negocio que les bombea cantidades fantásticas de dinero a las Farc se debilitaría de manera severa y los mexicanos, españoles, brasileños... simplemente les comprarían su mercancía a los "empresarios" de la famosa zona que tendrían unas ganancias "adecuadas".
¿Qué haría la comunidad internacional? ¿Sí sería manejable esto dentro de la legalidad? Las zonas de tolerancia pocas veces son aprobadas o establecidas de manera cierta. La mayoría de las ocasiones es un "pacto del diablo", no expresado pero sí aceptado entre la autoridad, que simplemente opta por no ejercerse, y el crimen, que respeta sus límites. Lo irónico es que resulta siendo un espacio de insensatez que compensa otra insensatez, la de crear un negocio ilícito con alto poder destructivo al prohibir la actividad.

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